Querido insomnio:
Hace algún tiempo
ya que no sabía de ti. Debo decirte que no te echaba en falta, para qué nos
vamos a engañar. Pero ahora has decidido volver a juguetear por mis noches,
aunque no seas bienvenido. No recuerdo haberte invitado, ¿Si? ¿Lo he hecho? ¿a
qué no? Pues entonces debo pedirte que salgas de mi vida.
Tenemos un feo
pacto que quiero deshacer aquí y ahora. Es que apareces sin avisar, eres como
un amante caprichoso y egoísta que sólo piensa en su propio bienestar.
Quizás el error
ha sido mío porque lo que me das, a ratos, me gusta. Sabes que no me importa
que ocupes algunas horitas de mi descanso, sabes que me encanta la paz que se
respira de madrugada cuando la ciudad duerme y nos quedamos a solas tú y yo, pero
también sabes que necesito conciliar el sueño un poquito. Es que, si te
acuestas a mi lado cada noche, pierdo la noción de la realidad, mis pensamientos
toman un rumbo extraño, nuestra conversación se vuelve densa y carente de
sentido.
Absorbes mi
energía de tal manera que la cotidianidad de los sucesos diurnos se transforma
en fantasmas incontrolados que danzan a nuestro lado, privándome a mí de la
sensatez mientras tú engordas un poco más el ego. Todo aquello que me atemoriza
de madrugada deja de tener sentido al salir el sol, justo cuando vuelves a
desaparecer, ya ves si eres dañino.
Y es que así ya
no puedo continuar. Quiero que dejes de jugar con mi tiempo y con mi mente. Estoy
cansada de revolverme entre sábanas para solucionar nada. Márchate. Aquí, a mi lado, ya no puedes
seguir. Hoy rompo ésta relación silenciosa y rara que mantenemos desde hace
tanto tiempo, tú no eres bueno para mí. No vuelvas a molestarme porque no te
voy a dar más cabida en mis noches. Espero que sepas respetar mi decisión y no me
obligues a tomar medidas más drásticas.
Me despediría con
un beso, pero me da miedo que te lo quieras cobrar cuando se esconda el sol,
así que lo haré con un escueto adiós.
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