martes, 7 de agosto de 2012

Trotamundos

                                          Están por todas partes, nos los encontramos en la playa, en el chiringuito de turno o en el paseo marítimo de cualquier pueblito. Van vendiendo, a precio de ganga, aquello que compraron a peso vete a saber dónde.

Son vendedores ambulantes de abalorios de colores, de figuritas talladas de madera, de películas y música ilegal.


Cargan todo el día con artículos de imitación barata y pasean de sol a sol sus miserias por nuestras narices aburridas de su presencia.  
Mercaderes de paciencia infinita que no desesperan ante tanta oposición, se nos acercan sin apenas pronunciar palabra y desaparecen ante nuestra rotunda negativa.

Todas esas personas de piel oscura, vestimenta gastada y cansancio en su mirada son, únicamente, trotamundos intentando ganarse el sustento diario, dispuestos a mostrarnos toda la mercancía apenas les prestemos un poquito de atención.
Están organizados por mafias perfectamente estructuradas, el último eslabón de una cadena decadente que abusa de su precariedad. Son personas que un día tuvieron que salir huyendo de sus países de origen, jugándose la vida en pateras para la travesía, a un deseado paraíso inexistente.

Y a veces consiguen vender algo, en algún momento alguien se encapricha de uno de sus artículos y empieza un regateo indigno que humilla, un poquito más si cabe, su condición humana.
A ellos pretendo homenajear en estas líneas, a unos héroes silenciosos que despiertan mi más sincera admiración, por lo que son y por lo que representan, por lo que hacen y por cómo lo hacen. A ellos que desde la sencillez y sin pretenderlo nos dan, si somos capaces de darnos cuenta, una gran lección de humildad.