sábado, 5 de enero de 2013

En el vagón de un tren, un regalo



A veces pasa que mientras estas repitiendo ese gesto mecánico de algo que aparentemente no tiene ninguna importancia, sin ser muy consciente del gesto ni de lo mecánico del momento, ocurre que la vida te hace un regalo y hay que saber tomarlo y saber saborearlo tal cual llega. A veces la vida tiene estas sorpresas que duran unos pocos minutos pero que te obliga a detenerte para admirar la belleza de un instante inusual.
 
Esta tarde volvía a mi casa en tren, como tantas otras veces he hecho. El tren iba bastante lleno y cada cual estamos absortos en nuestros pensamientos, algunos mirando distraídamente por la ventanilla, otros jugueteando con sus móviles, leyendo libros o enfrascados en conversaciones banales. Cada cual en su película, para qué hacer mas conjeturas!!

El caso es que en este mismo vagón un señor ha empezado a hablar en voz alta, nos hablaba a nosotros, a quien quisiera escucharle, o sea a casi nadie. Porque cuando alguien alza la voz en un lugar público creemos que pedirá dinero, o que está chiflado, o que simplemente hace el ridículo, pensamos cualquier cosa menos que vaya a hacer algo maravilloso.

El señor lleva consigo un estuche grandote de colores chillones de dónde saca una guitarra de colores también y empieza a hacerla sonar.

-Ahora viene cuando pide dinero- pensamos todos, o al menos lo pienso yo. Lo miramos, a ratos de reojo a ratos descaradamente, con esa sonrisilla maliciosa de “está loco”.

Pero entonces se produce el momento mágico.

De manera dulce y sencilla los acordes de la guitarra se funden con la calidez de su voz y el vagón, por completo, enmudece ante tal espectáculo. Él sólo canta por placer y automáticamente la gente deja los móviles de lado, las conversaciones cesan y los libros se cierran. Todos escuchamos a este desconocido que acaba de interrumpir gratamente en nuestro tiempo. Está interpretando el conocido tema de Alfonsina y el mar.

No acierto a encontrar las palabras adecuadas para describir lo que me hace sentir tanto a mí como a todos los que estamos allí, lo siento muy adentro y lo veo en las caras de todos los demás.

El tren sigue su trayecto y el señor sigue su canción.

Quiero detenerme aquí, en este regalo que de repente me he encontrado sin buscarlo y que me llega de tal manera que intento detener, sin éxito,  alguna lagrimilla que se me está escapando.

La mirada del señor y la mía se cruzan, me sonríe.

Al finalizar el tema, el vagón estalla en un aplauso sincero y emotivo.

Empieza la segunda canción. Esta no la reconozco pero es bella igual.

Me da pereza llegar a mi destino porque quiero seguir deleitándome con lo que aquí está pasando. Pero entonces llega el revisor. Llega ese personajillo que comprueba que nadie viaje sin pagar y que nadie haga nada que él no considere correcto. Le hace callar. Aunque todos no quejamos y le increpamos, le da igual, él a lo suyo, que equivocado está este tipo y que a destiempo llega. ¿Dónde están cuando pasan cosas feas? Y aquí se rompe el momento, se rompe la magia y se acaba el regalo.

La próxima es mi parada y tengo que bajarme, no sin antes acercarme al señor para agradecerle lo que me ha hecho sentir y no sin antes fulminar con la mirada al aguafiestas de turno que ha roto este momento.

Y es que a veces, cuando menos te lo esperas, la vida te hace un regalo inesperado que vale la pena saborear. Qué momento tan especial he vivido en el vagón de este tren!