Llegan
un día cualquiera a un local de hostelería, ya sea un restaurante, un bar o un
chiringuito de playa, qué más da dónde sea; Tienen una mesa reservada para
comer y de poco más se van a preocupar, de estar con quien les apetece estar y
de comer aquello que les gusta. Hoy es un día festivo que pasarán en compañía de
los suyos.
Llegas,
por otro lado y casi al mismo tiempo, a tu puesto de trabajo en ese mismo local
de hostelería y la jornada, sabes por experiencia, será dura. Se prevé llenar
el local tanto al mediodía como por la noche, el cartel de “completo” se colgó
hace un rato y las mesas montadas ya, están todas reservadas.
Los
camareros esperan, a pie de barra, como soldados en formación a que lleguen los
comensales. Tras la barra más personal esperando atender las comandas de sus propios
compañeros y de todo cliente que se acerque a tomar algo. Y en la cocina, con
los fogones encendidos ya, aquello que puede estar medio preparado reposa
emplatado esperando salir a sala, el resto se hará sobre la marcha.
Dos
visiones enfrentadas de una misma situación a un lado y al otro de la barra del
local en cuestión. Desde el lado de dentro del negocio hay todo un mundo,
invisible al ojo del cliente, digno de ser vivido al menos una vez en la
vida.
Para
que puedas llegar tú, cliente, sentarte y casi sin mirar a la persona que te
atiende, pedir aquello que deseas consumir hay todo un engranaje que se pone en
funcionamiento automáticamente, desde la gerencia hasta la vigilancia nocturna,
pasando por los equipos de sala y cocina,
todo un pelotón de personas que corren, corren y corren, para servirte a ti y a
un montón más que habéis llegado casi a la vez.
Son
unas cuatro o cinco horas seguidas de locura absoluta, donde la palabra compañerismo
toma dimensiones descomunales. Leyes no escritas, respetadas sin necesidad de
imposición, fluyen entre compañeros que son como una gran familia trabajando de
la mano.
-A
donde no llegue yo, sé que estarás tú, no pasa nada, somos un equipo!
-Cuando
el cansancio te haga flaquear, alguien empujará tu estado de ánimo para poder
seguir la carrera, no pasa absolutamente nada, -sigue nadando-
-Si
los nervios entorpecen los actos y algo se rompe, algo se derrama o algo sale
mal, un compañero sanará tu error, no te pares a arreglar el estropicio, de
verdad que no pasa nada, ¿vas bien? Para eso están los demás, a un par de pasos por
detrás de ti, para cubrirte y respaldarte, tú sigue la carrera.
Leyes
no escritas marcan la diferencia en un trabajo donde los minutos cuentan para
dar un servicio lo más extraordinario posible. Y la jornada, en un ir y venir de paellas, tapitas, carnes o pescados, con sus postres y cafés, va transcurriendo con aparente normalidad.
Después,
cuando los clientes se marchen, la faena continuará. Una montaña de platos
sucios se acumula en la cocina y hay que fregarlos para volver a empezar
nuevamente. Las neveras se han de volver a cargar para seguir teniendo bebidas
frescas y el comedor, que ha quedado hecho un desastre, hay que barrerlo,
ordenarlo y organizarlo de nuevo, todo se ralentiza un poquito para volver a la
carga dentro de un rato. El día aún no se ha terminado, se han servido las
comidas, ahora le toca el turno a las cenas. No te pares!
Pero aquí
no hay robots programados para una tarea concreta, aquí, al otro lado de la
barra, hay personas, agotadas ya, que detrás de esa sonrisa que transmite un –no pasa nada-
pasa todo. Cada cual ha llegado a este encuentro con su mochila, cargada de
problemas personales, que han dejado aparcada en la puerta del local.
En los
ratos más tranquilos la vida personal cada cual se va desgranando de a
poquitos. Confesiones hechas a media voz, casi en un susurro, mientras estás
compartiendo el momento de comer o el de limpiar, personas de diferente índole
mostrando su fragilidad individual, esa que han abandonado por unos instantes
para actuar con una fortaleza colectiva como
el gran equipo que son.
Fascinada
por relatos a veces rocambolescos, a veces divertidos y otras veces casi inverosímiles
pero siempre respetables, he ido conociendo a unos seres maravillosos que me
han cautivado desde el minuto cero.
Entre bromas,
chistes, alguna que otra lágrima y mucha camaradería se desdramatiza un trabajo
durísimo, no apto para seres débiles. O te endureces o te caes, no existe un
punto intermedio. Aquí, en un chiringuito de una playa cualquiera y casi sin
buscarlo, los he conocido a ellos, a los profesionales que están al otro lado
de la barra con los que he compartido un montón de horas, un montón de risas y
de aventuras que ya jamás olvidaré.
De
ahora en adelante cada vez que entre en uno de estos lugares tendré una mirada
diferente de las personas que están al frente del local. Y esto me lo habéis
enseñado vosotros.
Sois, sin
lugar a dudas, lo más grande que me llevo de este verano.