Sentada
a los pies de la cama, decide la ropa que sacará de su viejo armario para lucir
esta tarde, y los zapatos, esos tan cómodos que compró muy baratitos en la
tienda de barrio que la ha visto envejecer.
Sus
pies ya no están para filigranas de tacón alto, es mejor apostar por la
comodidad.
Una
vez decidido el vestuario y con la serenidad de quien lo tiene casi todo hecho
en la vida, se prepara para disfrutar de una de sus grandes pasiones, el baile.
Los
casi noventa años cumplidos han ralentizado sus pasos gastados, pero no su
ilusión. La piel se le arrugó con el transcurrir del tiempo aunque el corazón sigue
deseoso de sensaciones placenteras. Pero eso sí, la coquetería permanece
intacta.
Se
decide al fin por una blusa negra, una falda de un rojo oscuro larga, y una flor,
del mismo color que la falda, en la solapa, el cabello plateado recogido en un
moño y un poquito de maquillaje. Todo preparado. Son las cuatro y media de la
tarde.
Afuera
luce el sol mientras la ciudad descansa en esa hora de cafetito y siesta.
El
local está cerca, a tan solo un par de manzanas de su casa. Lo que en otra
época hubiera sido una tienda o algún otro negocio de pequeña empresa, hoy se
ha convertido en un salón de baile para personas de la tercera edad.
Entrar
es esta sala de baile tan especial es retroceder en el tiempo hasta, yo que sé,
qué años.
Y
es que, aquí, se dan cita ellos casi todas las tardes. Nuestros mayores.
Llegan
con una ilusión desconocida que les hace olvidar cada uno de sus achaques, cada
una de sus tristezas o su soledad. Aquí, esta tarde, sólo existen ellos y esta
música de paso doble, bolero, cha-cha-cha o tango que les devolverá a sus
rostros, por unos instantes, la sonrisa tierna de antaño.
En
esta sala no hay grandes lujos, ni grandes equipos de música que ensordezcan
los oídos de nadie, tampoco las luces son estridentes y las consumiciones
tienen un precio la mar de asequible al bolsillo de estos pensionistas tan bailongos.
Lo
que sí hay en este baile son personas con muchas ganas de pasarlo bien.
Personas, jóvenes de espíritu, encerradas en cuerpos desgastados por el pasar de
los años. Aquí hay ternura en los gestos y complicidad en las miradas.
Y
es que esta tarde, sin haberlo buscado expresamente, estuve con ellos. Y
aunque casi nadie reparó en mi presencia, quedé prendada de la estancia, de su
gente, su actitud, de todo ello, de lo que vi y de lo que sentí.
Una entrada preciosa, llena de sentimiento y que uno vive a través de tus letras. Siempre observé a los ancianos en las fiestas de barrios y me entusiasmaba ver que disfrutaban ellos más que yo, hasta incluso se cansaban mucho menos ellos que yo al bailar. Me ha gustado mucho este post Celia. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias amigo por tus palabras. Como siempre, un placer saber que me lees y que te gusta lo que escribo
ResponderEliminarUn abrazo!!