Existe un lugar donde la
vida camina despacito y sus gentes pasean por las calles distraída y
jovialmente.
Un lugar donde el reloj descansa olvidado en algún cajón y parece
que ni el móvil se atreve a sonar.
Un espacio de paz, apartado del alboroto
cotidiano, al que tengo ganas de llegar.
Me apetece mucho que el
murmullo del mar me dé los buenos días en amaneceres con encanto, y que la
quietud de la playa me arrope mientras olvido las prisas diarias, los
madrugones y los agobios cotidianos.
Y, por todo ello, estoy preparando una maleta para
trasladarme a este lugar que considero paradisíaco.
En ella, en la maleta, llevaré
un libro de Bucay que leeré en las tardes de playa, música para amenizar noches
de conversaciones tranquilas, un cuaderno para escribir sensaciones y un bikini
para tomar el sol.
Huiré de lo impersonal
del ordenador, apagaré el móvil todo el tiempo que sea posible y descansaré de
wasaps y de redes sociales, abandonaré el despertador y los horarios encorsetados.
Llevaré, por supuesto, mis
bambas para salir a correr a primera hora de la mañana y aparcaré los tacones, algo
que mis pies, seguramente, agradecerán J.
Cambiaré maquillajes por
cremas solares y vestidos por ropa cómoda.
Me voy, sí, me marcho a
un lugar con sabor a verano, de contrastes coloridos y con aroma a arena mojada
y a sal. Allí donde el sol calienta unas playas familiares y chiquititas, y
donde la luna, cada noche, refleja sobre el mar su belleza plateada.
Así que ya os lo he
contado, queriendo desconectar de aquí, me marcho a descansar y a relajarme, voy a conectar con la calma y con la tranquilidad. Por lo que Cubelles,
prepárate, que voy para allá!
No hay comentarios:
Publicar un comentario