Recuerdo de mi época de colegiala la pereza de ponerme delante de un libro para estudiar.
Recuerdo de aquellos años de infancia, donde aún todo estaba por descubrir, que las emociones no podían encontrarse cerca de los monótonos libros de texto escolares, la vida y las sensaciones tenían que hacerme vibrar de otra manera, no sabía cuál debía de ser esa forma, pero sabía que en algún momento acabaría descubriéndola.
Un día, de repente, en una clase de literatura, una de esas clases aburridas y repetitivas de las que a menudo desconectaba con tanta facilidad, alguien leyó:
Asomaba a sus ojos una lágrima,
a mis labios una frase de perdón;
habló el orgullo y enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?
Tendría
unos quince o dieciséis años por aquel entonces y el verso me enamoró. No sólo me enamoró sino que consiguió centrar
toda mi atención en esa y en las siguientes clases de literatura que siguieron
al momento.
Para
un ejercicio escolar tuve que comprarme el libro Rimas y Leyendas que devoré en
poquitos días antes de iniciar el trabajo en cuestión, y ahí, en ese justo
instante, nació mi pasión por la escritura, eran los años ochenta y unos
cuantos, mi libro que aún está conmigo del ochenta y cinco.
Recuerdo
de ese tiempo empezar a escribir folios y folios llenitos de sensaciones que
iba comprimiendo hasta convertirlos en versos también, poemas que a ningún
lugar han ido más que a mis cuadernos de adolescencia guardados con suma
delicadeza.
Recuerdo
que de repente todo empezó a ser importante, mis emociones tenían esa forma de
expresión que me producía un placer hasta ese momento desconocido.
Las
sensaciones, ante cualquier cosa que viviera, habían adquirido una forma de ser y
un motivo de volver una y otra vez a mis cuadernos.
En
aquella época escribía a mano, leía y releía, tachaba y volvía a empezar, una y
otra vez, insistentemente hasta conseguir el texto deseado, para acabar
convirtiéndolo en un poema o simplemente dejándolo como un escrito.
Recuerdo
de cómo empecé a escribir, de cómo el gran poeta Gustavo Adolfo Bécquer con sus
versos me cautivó y de cómo inicié el camino hasta situarme en el día de hoy, en donde cualquier cosa
que me ocurre me adentra un poquito más en el maravilloso mundo de la escritura.
Hoy,
así, sin querer, me he tropezado con el libro en una de las estanterías de mi
cuarto, lo he ojeado un poquito y, como no puede ser de otra forma, el recuerdo
de aquel tiempo lo he convertido en este post.