Otro verano más que
se acaba. Y desde aquí, sentada en una terraza cualquiera cerquita del mar, en
un pueblito llamado Cubelles he conseguido parar el ritmo frenético de mi vida.
Desde aquí, donde el tiempo parece detenerse y la calma sosiega todas las
adversidades habidas y por haber, desde este rinconcito entrañable y amoroso he
encontrado, una vez más, la paz que tanto he ansiado a lo largo del año, y es
que desde aquí empiezo hoy, antes de marcharme, a añorarme ya.
El cielo ennegrecido
ruge feroz, como queriendo advertirnos de la tormenta que se avecina y con ella
el final del verano que nos devolverá a todos, de una manera o de otra, a la
realidad del día a día.
La lluvia hace acto
de presencia y la temperatura actual enfría el ambiente veraniego que hasta
ayer sobrepasaba los límites de lo soportable.
Con ella, con la
lluvia, la despedida del verano, la despedida (siempre temporal) de Cubelles y
de lo que aquí dejo.
Y es que aquí dejo
una parte importante de mí. Dejo atrás dos meses de convivencia con personas
maravillosas que se han desvivido por hacerme feliz. Una vez más, muchísimas gracias!
Aquí dejo un tiempo compartido
de conversaciones infinitas, de risas, de bromas y de buen humor, de playa y de
sol, de paseos en bici, de mercadillo y de churros con chocolate, de
convivencia y de amor incondicional.
Mientras esta tarde la lluvia sigue mojando las aceras
de este rinconcito costero, yo voy guardando en maletas las cosas que me traje
y los recuerdos que me llevo.
Guardo la ropa que traje
para la ocasión, los bikinis de la temporada y los playeros, las bambas con las
que salí casi cada mañana a correr por el paseo marítimo disfrutando de los
amaneceres más bonitos que se puedan imaginar en estas mini playas familiares,
guardo también el ordenador al que apenas hice caso y los libros que me han
acompañado en las tardes calurosas y que no he conseguido terminar de leer.
Me llevo la vivencia de
tener reorganizar el espacio porque de repente llegan personas con ganas de
quedarse a pasar unos días y, aunque aparentemente no hay sitio, todo sale a
pedir de boca, el recuerdo del placer de cocinar platos inventados que encantan
confiadamente casi antes de probarlos, me llevo también el recuerdo de una
noche de fiesta mayor donde la actuación de un mago de renombre nos hizo vibrar
y la melodía preciosa a la que me he acostumbrado de un vecino que silba todas las
noches tangos argentinos.
Pero por encima de
todas las cosas me llevo la magia de este lugar, pero no hablo de la magia del
pueblito en sí (que también) hablo de quien lo habita, hablo de Mateo, mi padre, y
de Carmen, ellos que consiguen año tras año, verano tras verano, que convivir
sea tan y tan fácil, tan y tan placentero, de verdad que muchas, muchas y muchas
gracias!!