Este
era el día que estabais esperando todos los críos en general y mis hijos en
particular, una jornada de playa con el mar revuelto. Ondea la bandera amarilla
y bañándonos, niños y no tan niños, con ganas de diversión.
Lo
que al principio son risas, gritos y revolcones inocentes se convierten de repente
en una de tus trastadas. Tu hermano es más mayor y juega sin provocar momentos de peligro porque no se
mueve de la orilla, pero de repente tú decides, sin previo aviso, ir a la tuya
y adentrarte un poquito más de la zona que había delimitado como segura, salgo
detrás de ti, a pararte, a hacerte volver, no me gusta que te alejes de la
orilla, hoy no.
Llego
a tu lado y, mientras intento hacerte entender el posible peligro, una ola nos
levanta más de la cuenta y nos adentra en el mar.
Te
tengo cogido por el brazo. En este mismo instante me arrepiento de haberte
dejado entrar a bañarte en un mar embravecido como el que tenemos hoy, pero ya
estamos aquí, yo agarrándote con todas mis fuerzas de tu brazo minúsculo y tú
enfadado porque te estoy haciendo daño y porque te quiero hacer salir del agua.
Llega
otra ola que nos eleva demasiado alto para mi gusto, para el tuyo es obvio que
aun no, lo noto por tu risa más que nada, yo ya no me rio ni un poquito, en la
caída la ola nos arrastra mar adentro, alejándonos de la orilla y de las demás
personas que están ajenas a nuestra lucha, bueno mejor dicho a mi lucha, porque
tú aun quieres seguir jugando.
La
siguiente ola nos da ese revolcón que tanto estaba temiendo, siento mi cuerpo
sin peso voltear dentro del mar como una pelota ingrávida y el tuyo acompasado
al mío rueda en perfecta sincronía pero desorientándome, el agua me entra por
la nariz y al momento noto el sabor salado y fuerte en la garganta, los oídos
totalmente tapados y mi mano agarrando con fuerza tu bracito frágil, mis cinco
sentidos puestos en el brazo por el que te estoy sujetando y en mi mano, no te
voy a soltar, por favor, no te me puedes
escurrir.
Unos
segundos para tomar aire antes de que la próxima ola nos cubra de nuevo y nos
revuelque de nuevo, de nuevo el agua entra como a chorro por mi nariz, por la
tuya supongo que también por el enfado que empiezas a tener, otra vez me pica
la garganta, se me está acelerando el
corazón, no puedo salir, no puedo sacarte de este bucle en el que nos
encontramos y el mar no nos da tregua.
Ahora
ya gritas, -mamaaa me haces daño, suéltame- Haces un amago de llorar, me da igual,
tú llora mientras yo busco la forma de sacarte de aquí, a ti y a mí. Por qué
nadie nos ve?
Las
olas nos levantan y nos tiran, tragas agua, lo veo en tu carita de susto, a lo
lejos sigo oyendo los gritos y las risas ajenas a nosotros, si es que no toco
fondo, me falta fuerza física para salir y para sacarte de esta locura de mar.
Te lo dije mil veces, no te alejes de la orilla y mira donde estamos ahora!
Tengo
miedo, veo a tu hermano a lo lejos jugando, totalmente ajeno a nuestro momento,
sigo con mi lucha.
Y
más olas y mas revolcones, un socorrista nos ha visto y viene hacia
nosotros pero creo que ya no va hacer falta, el mar se ha calmado un pelín,
tiro de ti y unas olas algo mas calmadas nos empujan hacia la orilla, ya siento
el suelo del fondo del mar a mis pies y doy gracias a no sé quien, ya te puedo
arrastrar hasta llegar a la orilla.
Me
tiemblan las piernas y al soltarte por fin el brazo, mis dedos están marcados
en tu piel enrojecida, enfadadísimo me dices – mamá, me has hecho daño!
Buffff…..sí,
te he hecho daño pero estamos fuera. Cuando pueda volver a articular palabra te
explicaré todo lo que he pensado y sentido en estos eternos minutos mi niño, de
momento, hoy se acabó la playa!