A
veces aparece la niña que llevo dentro, esa que intento no mostrar al mundo, la
que se asusta, la que llora, la que se enfurruña y echa a correr, la que no entiende,
la que no quiere aceptar, la que no sabe por dónde tirar.
Esa niña, que también ríe descontroladamente, la que vuela alto sin pensar en la caída, la que es capaz de escalar montañas inalcanzables, la que mira sin miedo, la que se atreve, la que sueña, la que pide y la que da incondicionalmente.
Otras veces aparece la mujer que soy, la sensata, la que piensa, la que actúa, la equilibrada, la madura, la que mira al frente sin arrugarse, la que continúa hacia delante, la que embiste cuando es necesario, la que rompe, la que se desgarra por dentro con una sonrisa por fuera si la ocasión lo precisa, la que se enamora, la que toma decisiones.
Esa mujer que también sufre, la que a ratos vive intensamente y a ratos muere profundamente, la que se fija metas y pelea por conseguirlas, la que se cae y la que se levanta, la que se deja la piel.
A veces, la niña y la mujer que soy, van de la mano por la vida en perfecta armonía y otras veces chocan estrepitosamente creando el caos en mi día a día.
A
veces quisiera ser la niña sin prejuicios adquiridos que no soy, la que
pregunta cuando no sabe, la que pide cuando desea, la que come cuando tiene
hambre y duerme cuando tiene sueño, esa que pudiera vivir sin normas
establecidas por vete a saber quién, la que fuera libre sin pasado que le
someta ni futuro que le acobarda, la que dice voy a volar y vuela.
Y
a veces quisiera ser la mujer hecha y derecha que corresponde, segura de si misma,
capaz de tomar decisiones sin pestañear, la que pisará fuerte, la que mirara al
frente sin miedo y mirara atrás sin melancolía, la que se hace respetar, la que
respeta, entiende y acepta, la que viviera en consonancia con el mundo.
A
veces, y sólo a veces, sé que me pierdo entre los dos mundos. Sea como sea a
veces hago examen de conciencia y esas veces sale la que soy, la niña y la
mujer, la mujer y la niña, mi YO más completo.