Esta tarde volvía a mi
casa en tren, como tantas otras veces he hecho. El tren iba bastante lleno y cada
cual estamos absortos en nuestros pensamientos, algunos mirando distraídamente
por la ventanilla, otros jugueteando con sus móviles, leyendo libros o enfrascados
en conversaciones banales. Cada cual en su película, para qué hacer mas
conjeturas!!
El caso es que en este
mismo vagón un señor ha empezado a hablar en voz alta, nos hablaba a nosotros,
a quien quisiera escucharle, o sea a casi nadie. Porque cuando alguien alza la
voz en un lugar público creemos que pedirá dinero, o que está chiflado, o que simplemente
hace el ridículo, pensamos cualquier cosa menos que vaya a hacer algo maravilloso.
El señor lleva consigo un
estuche grandote de colores chillones de dónde saca una guitarra de colores también
y empieza a hacerla sonar.
-Ahora viene cuando pide
dinero- pensamos todos, o al menos lo pienso yo. Lo miramos, a ratos de reojo a
ratos descaradamente, con esa sonrisilla maliciosa de “está loco”.
Pero entonces se produce el
momento mágico.
De manera dulce y
sencilla los acordes de la guitarra se funden con la calidez de su voz y el
vagón, por completo, enmudece ante tal espectáculo. Él sólo canta por placer y automáticamente
la gente deja los móviles de lado, las conversaciones cesan y los libros se
cierran. Todos escuchamos a este desconocido que acaba de interrumpir gratamente
en nuestro tiempo. Está interpretando el conocido tema de Alfonsina y el mar.
No acierto a encontrar
las palabras adecuadas para describir lo que me hace sentir tanto a mí como a
todos los que estamos allí, lo siento muy adentro y lo veo en las caras de
todos los demás.
El tren sigue su trayecto
y el señor sigue su canción.
Quiero detenerme aquí, en
este regalo que de repente me he encontrado sin buscarlo y que me llega de tal
manera que intento detener, sin éxito, alguna lagrimilla que se me está escapando.
La mirada del señor y la mía
se cruzan, me sonríe.
Al finalizar el tema, el
vagón estalla en un aplauso sincero y emotivo.
Empieza la segunda
canción. Esta no la reconozco pero es bella igual.
Me da pereza llegar a mi
destino porque quiero seguir deleitándome con lo que aquí está pasando. Pero
entonces llega el revisor. Llega ese personajillo que comprueba que nadie viaje
sin pagar y que nadie haga nada que él no considere correcto. Le hace callar. Aunque
todos no quejamos y le increpamos, le da igual, él a lo suyo, que equivocado
está este tipo y que a destiempo llega. ¿Dónde están cuando pasan cosas feas? Y
aquí se rompe el momento, se rompe la magia y se acaba el regalo.
La próxima es mi parada y
tengo que bajarme, no sin antes acercarme al señor para agradecerle lo que me
ha hecho sentir y no sin antes fulminar con la mirada al aguafiestas de turno que
ha roto este momento.
Y es que a veces, cuando
menos te lo esperas, la vida te hace un regalo inesperado que vale la pena
saborear. Qué momento tan especial he vivido en el vagón de este tren!